La colección de pintura de Josep Palau i Fabre

VICENTE VALERO La Fundació Palau se encuentra en Caldes d´Estrac, una pequeña población del Maresme, en una céntrica calle que va a dar al mar. Desde Barcelona, en tren, se tarda no más de 45 minutos en llegar y en esta época del año se comparte vagón, sobre todo, con bañistas de todas las edades. Hasta aquí llegó en el año 2003, para quedarse definitivamente, la colección de pintura del poeta y crítico de arte catalán Josep Palau i Fabre.

Esta valiosa colección de pintura es en realidad un doble legado, fruto de la vocación coleccionista, primero, de Josep Palau i Oller y, después, del hijo de éste, es decir, del escritor y Premi d´Honor de les Lletres Catalanes Josep Palau i Fabre. Como pinacoteca, la Fundació Palau es el resultado, por tanto, de los intereses y gustos pictóricos personales de estos dos coleccionistas, con una clara predilección por la figura de Picasso y la pintura catalana del siglo XX.

La pinacoteca está muy bien instalada en Caldes d´Estrac, cuyo Ayuntamiento, con el apoyo de la Diputación de Barcelona, la acogió con entusiasmo. Este proceso se realizó todavía en vida del propietario del legado, que murió en el 2008 a la edad de 91 años. La Fundació acoge también su archivo y su biblioteca.

Como él mismo se ocupó de explicar en uno de los textos del catálogo de la colección –así como en uno de los carteles ubicados en la propia Fundació–, durante años uno de los principales desvelos de Josep Palau i Fabre consistió en encontrar el lugar donde establecer su legado. Visitó pueblos y ciudades de Catalunya y Balears, a menudo vinculados con algún episodio importante de su vida. Entre estos lugares posibles, también la isla de Eivissa estuvo en su punto de mira.

La profesora Neus Riera Balanzat ha contado en estas mismas páginas culturales (La miranda, nº 44) el viaje del escritor a finales de los años 90 con esta finalidad, viaje que propició también el encuentro con algunos escritores ibicencos, entre ellos Marià Villangómez.

El primer viaje a Eivissa
No fue éste, sin embargo, el primer viaje a Eivissa de Josep Palau i Fabre. De hecho, este regreso a la isla a finales de los años 90 tenía un componente sentimental importante. La meditada posibilidad de establecer aquí, entre nosotros, su valiosa colección de pintura tenía que ver también con el recuerdo de aquel otro viaje, de 1936, sobre el que él mismo se había referido en algunos de sus escritos (´Obra literària completa. Assaigs, articles i memòries´, Galaxia Guntemberg/Círculo de Lectores, 2006).

Su estancia en Eivissa durante las semanas previas y posteriores al inicio de la guerra civil estuvo marcada por el deslumbramiento y la independencia. Tenía 19 años y había conseguido que sus padres le permitieran viajar solo por primera vez. Eligió esta isla «de la qual es començava a parlar (hi acudien sobretot pintors) i on els diners se m´allargarien molt més que en cap altre lloc». El lugar escogido fue Sant Antoni y allí se instaló en la pensión La Esmeralda.

Cuenta que acostumbraba a bañarse en Cala Gració, donde conoció a «tres xicots que es coneixien de Madrid: l´un era un alemany, l´altre un falangista i el tercer Finki Araquistain, fill del dirigent socialista i director de la revista Leviatán». A este último dejó de verlo muy pronto, pues fue detenido y encerrado en el Castillo, hasta la llegada de Bayo.

A pesar del inquietante escenario al que había ido a parar en aquellos días de julio de 1936, la vida de bañista en el pueblo de Sant Antoni continuó más o menos tranquilamente. «Un bon dia –escribe–, mentre a ses Savines estàvem prenent el sol, passaren uns avions que deixaren anar un feix de gasetilles impreses, amb la consigna: Catalans i Valencians, altra vegada junts per alliberar les Illes».

Durante aquel tiempo, frecuentó también Cala Bassa y la torre d´en Rovira, donde vivía un pintor catalán. Y se enamoró perdidamente del molino de sa Punta, que trató incluso de comprar: «Hi havia un vell molí, amb les parets que tenien més d´un metre de gruix, situat en un cap de mar, prop de ses Savines, que venien per unes tres-centes pessetes. Jo començava a fer números i calculava que, enviant alguns articles de crítica literària a La Publicitat, fent alguna traducció del francés i poca cosa més, podia viure allí tranquil i dedicar-me a la feina exclusiva de llegir i escriure».

El sueño del jovencísimo Palau i Fabre no se pudo cumplir. A mediados de agosto abandonó la isla, parece ser que en el peor día posible, al menos en cuanto a las condiciones meteorológicas: «El vaixell estigué a punt de naufragar, a causa d´una tempesta que encara és la més gran que he vist mai».

Un proyecto frustrado

Tampoco el sueño de su vejez pudo cumplirse. A su regreso a la isla a finales de los años 90, Palau i Fabre recorrió de nuevo todos aquellos lugares, soñó que su Fundació podría establecerse cerca del mar, cerca de la torre d´en Rovira o de Cala Bassa, de algunos de aquellos rincones felices de su viaje de juventud.

Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no iba a ser posible, y no porque el paisaje hubiera cambiado mucho, sino por todo lo contrario. Esperaba verlo más urbanizado, más apropiado para acoger el edificio de su Fundació…
Otras propuestas que se le hicieron sobre la marcha, a propósito de posibles espacios donde establecer la colección, parece que no le convencieron. Tal vez no se encontró tampoco la manera adecuada de tratar el asunto ni se dio con los interlocutores más propicios, si es que los había. El caso es que se perdió la posibilidad de tener en Eivissa una importante colección de pintura.

La colección
El fondo pictórico de la Fundació Palau se basa en tres conjuntos diferentes de obras. Por una parte está la colección de pintura catalana del siglo XX, buena parte de ella proveniente del legado del padre, es decir, de Josep Palau i Oller, pintor él mismo, diseñador textil y de juguetes, una colección que acoge obras de destacados artistas de diferentes generaciones como Nonell, Torres García, Gargallo, Miró, Mallol Suazo, Tàpies, Clavé o Rebull, entre muchos otros, además de algunas obras del propio Palau i Oller.

Por otra parte, se encuentra una importante colección de obras de Picasso, una cincuentena, aportadas por el hijo, Josep Palau i Fabre, gran estudioso del pintor nacido en Málaga, autor de unos veinte libros sobre su pintura, y del que fue, además, amigo. Por último, hay también una serie importante de obras pertenecientes a tres artistas de nuestros días: Perejaume, Barceló y Pepe Yagües, pintores a los que el escritor siguió con admiración desde sus inicios.

Además de la ya comentada vinculación con Eivissa de la Fundació, por el hecho de que su propietario pensara en la isla como destino definitivo de la misma, la colección contiene cuatro obras de temática ibicenca de tres artistas diferentes. La más antigua de estas obras está fechada en 1933 y pertenece al pintor catalán Josep Gausachs (Barcelona, 1889-Santo Domingo, 1959). El título del cuadro es ´Oliveres d´Eivissa´. Otro cuadro suyo, de 1935, forma parte también de la colección de pintura catalana: se trata de ´Marina de Sant Antoni d´Eivissa´.

Además de estos dos cuadros de Gausachs, hay otro interesante óleo, esta vez de tema arquitectónico, pintado en 1934 por Emili Bosch-Roger (Barcelona, 1894-1980) y titulado ´Cases de Santa Eulària´. Así como también una obra del pintor belga afincado en las Balears Medard Verburg (Bélgica, 1886-1957) titulada ´Es Puig des Molins´, de 1941.

Las cuatro obras son una muestra más de la importancia que tuvo la isla en los años treinta –el cuadro de Verburgh es de 1941, pero vivió en Eivissa, antes de trasladarse a Mallorca, entre el 31 y el 35– para los pintores paisajistas, y muy especialmente para los de Catalunya.

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